Medicina Natural al Alcance de todos
Nuestro cuerpo tiene dos envolturas: la externa, nos aísla del ambiente que nos rodea y se llama piel, y la interna, que cubre las cavidades interiores del organismo, se llama mucosa. La salud depende del Equilibrio Térmico sobre la piel y mucosa.
La circulación sanguínea, resultado de la actividad nerviosa, determina la temperatura del cuerpo, la cual será normal, de 37 grados centígrados, cuando la sangre circule uniformemente por él. Toda alteración circulatoria origina y mantiene en el organismo congestiones y anemias con alteración de su Equilibrio Térmico. La temperatura de la zona congestionada será mayor y la de la zona con deficiente circulación será menor.
Como revela el iris de los ojos, mientras mayor es la congestión en las entrañas, más deficiente es la circulación de la sangre en la piel, las extremidades y el cerebro. Este es el desequilibrio térmico que caracteriza a todo estado de alteración de la salud, independiente de sus síntomas particulares.
En las afecciones agudas, la fiebre o calentura, cuyo origen siempre está en el interior del vientre, propaga a todo el organismo, manifestando reacción saludable de las defensas naturales que procuran la purificación orgánica. La fiebre interna, que no sale a la superficie del cuerpo, es característica de todo enfermo crónico y revela insuficiente defensa del organismo, es causa de desnutrición e intoxicación porque favorece las putrefacciones intestinales.
Mientras que la fiebre que sale a la superficie del cuerpo manifiesta reacción salvadora, la fiebre interna que enfría la piel y las extremidades denuncia deficiente actividad orgánica, vale decir, debilitamiento de la energía vital del cuerpo.
El hombre es el único ser de la creación que vive desequilibrando las temperaturas de su cuerpo
En efecto, el vestido inadecuado debilita la piel y los alimentos indigestos afiebran las entrañas. La piel, continuamente substraída al conflicto térmico que las atmósferas nos ofrece, se debilita progresivamente y se enfría. Las ropas inadecuadas le ahorran a, cuerpo la necesidad de producir constantemente calor propio, mediante un activo riego sanguíneo de la piel. Por otra parte, los alimentos cocinados e indigestos, al exigir un extraordinario y prolongado esfuerzo digestivo, congestionan las mucosas y paredes del estómago e intestinos, aumentando la temperatura interna del cuerpo a expensas del calor de la piel y sus extremidades.
El trabajo forzado y prolongado que exige al estómago e intestinos el procesamiento de alimentos inadecuados provoca una reacción nerviosa y circulatoria que sube la temperatura interna del cuerpo a expensas del calor externo, por debilitamiento de esas mismas actividades de la piel que se rodea de calor prestado por abrigos que la sustraen al conflicto que la atmósfera le ofrece a todo ser viviente.
El debilitamiento de la piel recarga el trabajo de las mucosas a donde se dirigen las materias malsanas que no son llevadas a los poros, debido al mal riego sanguíneo de la superficie del cuerpo. Forzadas las mucosas a realizar un trabajo extraordinario, progresivamente se irritan, congestionan y afiebran.
Lo expuesto nos explica los resfriados, catarros, pulmonías e inflamaciones internas en general. El resfriado es precisamente un agudo desequilibrio térmico, caracterizado por frío externo y fiebre en las entrañas. El proceso congestivo e inflamatorio se acentúa de preferencia en los órganos más débiles por predisposición personal o mal régimen de vida.
El desequilibrio térmico llega a su máximo grado en el enfermo moribundo, pues mientras el frío se apodera de su piel y extremidades, la fiebre lo consume por dentro, como lo comprueba su pulso agitado y la inflamación interna que refleja el iris de sus ojos.
Así como a la piel anémica corresponden mucosas congestionadas y afiebradas, el trabajo activo de la piel descongestiona, refresca y vitaliza las mucosas. Las enfermedades eruptivas como el sarampión, la viruela, la escarlatina, etc., están destinadas a purificar el organismo, que antes estaba crónicamente enfermo. En la misma medida que brota el mal sobre la piel, el interior del cuerpo se descarga de materias morbosas.
Al sofocar las erupciones de la piel las materias dañinas buscan su salida por las mucosas produciendo gravísimas inflamaciones y congestiones en los tejidos pulmonares, bronquiales, renales y de los sistemas circulatorio y nervioso. Lo anterior explica que las afecciones agudas sin fiebre externa sean las más graves y difíciles de curar.
Los enfermos crónicos, cuya vitalidad está consumida por la intoxicación y por el impotente esfuerzo defensivo de la naturaleza, suelen mostrar una temperatura externa axilar de 35 grados, mientras que la fiebre interna, de alrededor de 40 grados o más se manifiesta por la tremenda actividad del corazón con un pulso de 120 o más latidos por minuto.
Como se ve en este caso, el termómetro puede conducir a error en cuanto a la fiebre se refiere, mientras que el pulso es una guía segura para comprobar la temperatura normal o anormal del cuerpo humano, de acuerdo con mi doctrina, salvo en el caso de que haya daño en los nervios por causa de intoxicación intestinal medicamentosa.
Existe una relación estable entre la actividad del corazón y la temperatura interna del cuerpo. En estado de reposo, en un adulto, 70 pulsaciones por minuto corresponden a un calor de 37 grados centígrados al interior de su vientre; 80 pulsaciones, acusan temperatura por encima de 37.5 grados; 90 pulsaciones revelan que la fiebre ha subido a 38 grados; a 100 pulsaciones corresponde una fiebre de 39 grados; 110 pulsaciones hablan de 39.5 grados y con 120 pulsaciones la temperatura ha llegado a 40 grados. A medida que aumenta la temperatura al interior del vientre se aumenta la actividad del corazón aun cuando el termómetro bajo el brazo no registre calor anormal.
El pulso inferior a 70 revela debilidad nerviosa por intoxicación intestinal o medicamentosa. Por otro lado, en los recién nacidos, normalmente, las pulsaciones llegan hasta 150 por minuto; a los tres años su número normal es de 100 y a los catorce de 75 para reducirse a 70 a los 20 años. Pasados los sesenta años el pulso se acelera hasta 80 pulsaciones por minuto debido al aumento del calor interior del cuerpo por anemia de la piel. AdemáFsiedberlea lcoaclaeln. tura o fiebre interna, que se origina y mantiene en el intestino, se presenta generalmente en los enfermos una calentura o fiebre local, en la zona u órgano directamente comprometido en el desarreglo general que siempre arranca en el aparato digestivo.
Así, si nos clavamos una espina en un dedo, pronto notaremos la inflamación local con aumento de la temperatura en el punto afectado. Lo mismo sucede en la pulmonía, la nefritis, la apendicitis, el reumatismo agudo, etc. El tratamiento curativo deberá contemplar estos dos aspectos del desequilibrio térmico que se requiere normalizar para obtener toda curación o, mejor dicho, vuelta a la salud. El frío habitual en la piel, pies o manos denuncia fiebre interna con deficiente circulación de sanguínea exterior; la sangre que falta en estas regiones está congestionada al interior del organismo y sobre todo en el vientre.
La calentura o fiebre interna que jamás llegan a conocer los facultativos rutinariamente guiados por el termómetro, es el enemigo que debemos combatir en todo enfermo, en lugar de perseguir al microbio, que siempre está bien donde la Naturaleza lo ha colocado.
Tengamos siempre presente que a 37 grados de calor en el cuerpo no hay virulencia en ningún microbio, como se explicará más adelante.
Autor: Manuel Lezaeta Acharan
que hacer en estos casos
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