09 FIEBRE CURATIVA Y FIEBRE DESTRUCTIVA

FIEBRE CURATIVA Y FIEBRE DESTRUCTIVA

Medicina Natural al Alcance de todos

Para la medicina que se guía por el termómetro no hay “dos fiebres”. Sin embargo, aunque el calor animal es un fenómeno único, su distribución en el cuerpo puede ser uniforme o desequilibrada. En el primer caso tenemos salud y en el segundo enfermedad, vale decir, desarreglo funcional del organismo. Insistamos un poco sobre el tema de la fiebre dada su gran importancia.

Según mi Doctrina Térmica existen tres clases de fiebre: la externa, que puede verificarse con el termómetro aplicado bajo el brazo; la interna, que domina el interior del vientre y está unida a la falta de calor normal en la piel y las extremidades, descubriéndose por el pulso y el iris de los ojos; por último, fiebre local, que afecta de manera específica a una zona u órgano del cuerpo y se manifiesta por latidos, punzadas, cansancio localizado o escozores.

La fiebre externa revela actividad de las defensas del organismo mientras que la interna acusa incapacidad  defensiva. Por su parte, la fiebre local,  que  constituye  irritación,  inflamación  y congestión por accidentes o por presencia de materias morbosas, también es perjudicial, porque altera y dificulta la libre circulación de la sangre.

La fiebre externa caracteriza a  las crisis agudas y es curativa porque purifica la sangre a través de los poros de la piel. La fiebre interna caracteriza a los procedimientos crónicos y es destructiva porque altera la composición y la circulación de la sangre. Esta fiebre no sólo altera la nutrición y la eliminación intestinal, sino también los mismos procesos en los pulmones y la piel.

Se  comprende,  pues,  la  necesidad  de  sacar  la  fiebre  interna  a  la  superficie  del  cuerpo produciendo fiebre artificial  sobre la piel, a fin de normalizar la circulación de la sangre y favorecer su purificación por exhalación cutánea o por transpiración.

Cómo producir fiebre curativa

Atacando la piel con frío la obligamos a desarrollar calor por reacción nerviosa y circulatoria. Exponiendo la piel al conflicto con el frío del aire o del agua, obligamos al organismo a desarrollar calor externo para defenderse. Este calor lo lleva la sangre, que de este modo es desalojada de las entrañas. Cuanto más activa y prolongada es esta reacción del calor que sigue a la aplicación fría, más intenso y duradero será el beneficio obtenido.

La reacción será optima cuando el cuerpo esté sudando y el agua lo más fría posible, cuidando la reacción por medio de ejercicios o abrigo adecuados. También es posible combatir la perjudicial fiebre interna mediante el calor del sol o del vapor. En este caso se debe alternar el calor con frotaciones de agua fría, tal como se explica más adelante al hablar de mi Lavado de Sangre.


La acción del sol o del vapor sobre la piel debidamente protegida la congestiona descargando la congestión interior. El sol y el vapor no sólo producen fiebre benéfica sobre la piel, sino que atraen hacia ella las materias malsanas del interior del cuerpo para expulsarlas por los poros.

Es erróneo creer que basta con sudar para eliminar eficazmente las impurezas orgánicas. Puede existir abundante transpiración con escasas eliminación de lo perjudicial para el organismo. Esto es lo que le sucede al tísico, cuyo sudor no le permite mejorar su sangre porque ésta circula débilmente por su piel a causa de la congestión interior. Para obtener una buena eliminación cutánea es preciso congestionar la piel para que la sangre lleve sus impurezas a los poros.

Según mi Doctrina Térmica, debemos distinguir entre transpiración y reacción de calor. Por regla general el sudor es perjudicial al individuo porque enfría su piel, alejando la sangre de la superficie de  su  cuerpo  y  congestionando  su  interior,  lo  cual  desequilibra  su  temperatura  y  debilita  la eliminación por los poros que necesitan de un activo riego sanguíneo para realizar sus salvadoras funciones de nutrición y eliminación.

En cambio,  la  reacción  térmica  resultado  de  la  mayor  actividad  nerviosa  y  circulatoria  que despierta en  la piel el conflicto con el frío del agua, atrae a la piel la congestión malsana del interior del cuerpo, permitiendo a los poros la expulsión de los venenos de la sangre por simple exhalación, aunque no se sude.

Por último, en casos de pulmonías, asmas y parálisis, cuando la piel del enfermo está fría y cadavérica, restregar el cuerpo con ortigas frescas despierta en el cuerpo una enérgica reacción nerviosa y circulatoria, es decir, fiebre artificial. Esta reacción es análoga al efecto que antes la medicina procuraba obtener con las  ventosas  y  cataplasmas.

Las congestiones pulmonares, renales  o  hepáticas  se  conducían  hacia  la  piel  mediante  la  acción  de  ventosas  que,  al congestionar  la  superficie  del  cuerpo  correspondiente  al   órgano  afectado,  producían  la descongestión interior. Las cataplasmas de mostazas aplicadas a las piernas o los pies de una víctima de congestión cerebral atraen fuertemente la sangre descargando la cabeza.


Todo lo expuesto nos lleva a la conclusión de que las dolencias sólo pueden curarse mediante fiebre o calentura externa, porque solamente ella es capaz de activar la expulsión de las materias dañinas al organismo  a través de los poros y, al mismo tiempo, descongestionar los órganos internos para combatir la fiebre destructiva de las entrañas.

En lo que se refiere a la fiebre local es preciso actuar sobre la parte o el órgano afectado refrescando localmente y derivando las impurezas acumuladas que causan la inflamación a través de los poros.

  
También en aplicaciones frías y calientes tenemos los desinflamantes adecuados para tratar la fiebre o  calentura localizada en tumores, congestiones, irritaciones, heridas o úlceras, ya sean originadas por depósitos de materias extrañas, por golpes o por otros accidentes.
En los casos crónicos con la piel fría están indicadas las aplicaciones calientes y en  las inflamaciones agudas calientes es preferible la aplicación fría local. Los saquitos calientes de semillas de pasto miel o flores de heno hervidos durante 15 minutos y estrujados, se aplican en los tumores fríos, haciendo antes una frotación local fría.

Esta última, despierta la reacción de  los tejidos y el calor del vapor de las semillas atrae a la superficie la congestión  interna,  abriendo  los   poros,  por  donde  saldrán  las  materias  morbosas  que ocasionaban la inflamación local. Esta combinación de calor y frío es el mejor calmante de dolores localizados. La cataplasma de linaza caliente produce un efecto similar.


Las compresas frías de quitar y poner cada 10 minutos por espacio de una o dos horas también combaten  eficazmente las fiebres e inflamaciones locales y, por tanto, alejan los dolores. La cataplasma  de  cuajada  de  leche  o  panela  produce  el  rápido  refrescamiento  de  los  tejidos afiebrados. Además, el lodo es el mejor calmante de todo dolor agudo y caliente. Más adelante hablaremos de cómo se preparan los elementos indicados.

Termino llamando la atención del lector sobre lo errado que significa el empleo de bolsas de hielo para combatir la fiebre y las inflamaciones locales. En lugar de descongestionar, el hielo paraliza la circulación de la sangre en la zona donde se aplica, dificultando la normalización de la sangre.
Autor: Manuel Lezaeta Acharan

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