Medicina Natural al Alcance de todos
“¿Tener buena salud consideráis el mayor bien sobre la tierra ?... Digo que no, la felicidad está en saber conservarse sano.” Padre Tadeo “La enfermedad es una ofensa a Dios. La salud es el mejor tributo que el hombre puede ofrecer a su Creador.” Cardenal Verdier.
En el camino del progreso, que es
la salud, existen por lo menos tres etapas: 1. conocer la verdad; 2.
comprenderla y 3. Realizarla.
Para alcanzar la meta gloriosa de
la Salud es necesario conocer las leyes naturales, comprenderlas y aplicarlas
de manera adecuada. La Sabiduría está en la Naturaleza y no en el laboratorio.
Para ser sabio de verdad es preciso observar la obra del Creador vale decir la
Naturaleza, practicar sus leyes inmutables y adquirir la suficiente experiencia
personal.
El laboratorio sólo forma
sabiduría convencional, sabios de laboratorio, que jamás poseerán la ciencia
que hay detrás de la felicidad de los seres irracionales que viven con salud
sin más guía que su instinto.
La Salud vale más que la vida
porque ésta sin aquella no vale la pena. La ignorancia de la Salud es la única
y verdadera causa de todas las enfermedades.
Esta obra ha tenido una
extraordinaria acogida en toda América Latina, en España, y en Portugal a lo
largo de muchos años. Su éxito se explica por el ansia de vida y salud que
siente el individuo tiranizado día a día por la enfermedad crónica y por los
errores de la medicina medicamentosa y quirúrgica.
La escuela enseña al niño y al
joven muchos conocimientos considerados indispensables para asegurar el éxito
en la vida. Sin embargo, no les enseñan los medios para guiar y cuidar el
delicado organismo que el Creador ha puesto a disposición de cada hombre para
que cumpla con su destino moral y físico.
Si para emprender un largo,
penoso y accidentado viaje le entregamos a un inexperto viajero un magnifico
automóvil, sin enseñarle antes cómo debe manejarlo y cuidarlo para evitar
descomposturas y accidentes, ni los medios adecuados para restablecer su
funcionamiento normal, estaremos de acuerdo en que sólo de milagro llegara el
fin de su jornada y que ésta será un calvario que no se aliviará por muchos
mecánicos que encuentre en su camino, siempre dispuestos a realizar las
composturas necesarias a cambio del pago de sus servicios.
Pero esto que todos entendemos
tratándose de un asunto trivial, parece olvidarse en lo que toca a una cuestión
tan fundamental como la vida misma dentro de lo que solemos llamar
civilización.
Los padres ignorantes, que son
casi la totalidad, creen que para preparar a su hijo hacia la dura experiencia
de la vida basta con entregarlo a sus maestros, llenos de conocimientos
teóricos y artificiales. En esta forma, el niño, después de duras pruebas para
adquirir conocimientos poco menos que inútiles, se lanza a la jornada de la
vida poseedor de un organismo que no conoce ni sabe cuidar y mucho menos
reparar en caso de accidente o alteración de la salud.
Pero ¿cómo exigir que el niño o
el joven aprendan a evitar las dolencias cuando éstas no dependen de él, sino
que consideran obra de un agente misterioso, maligno y caprichoso como el
demonio y al cual se le conoce con el nombre de microbio causante de
infecciones?
Si cada día estamos expuestos a
ser víctimas de la infección que nos acecha por todas partes, ¿de qué nos
sirven los conocimientos si para combatir a ese poderoso e invisible enemigo
tenemos que poseer la oculta ciencia del laboratorio reservada sólo a sus
sacerdotes? Solamente nos queda abandonarnos al capricho del destino y recurrir
al sacerdote de la ciencia microbiana para que nos libere de la amenaza del
nuevo demonio.
Estos son los errores consagrados
por la civilización. No pretendemos sacar al mundo del error en que tan
regocijadamente parece vivir. Sin embargo, creemos hacer bien a nuestros
semejantes mostrándoles los equívocos de que hemos sido víctimas y enseñando a
los que sufren el camino de la liberación.
El hombre, en su ignorancia,
hasta a Dios hace responsable de sus desdichas, olvidando que cada cual tiene
lo que merece y que el hombre es hijo de sus obras. Enfermamos no por obra o
fuerza extraña, sino por nuestros propios errores de vida. La salud no se
obtiene con médicos ni drogas, sino con nuestros actos de cada día. De aquí que
la voluntad del enfermo es el primer agente de salud.
El objetivo de este libro es
enseñar la ciencia de vivir sanos de cuerpo y alma, buscando las fuentes de
esta felicidad en el generoso regazo de la Madre Naturaleza.
En este libro enseño mi Doctrina
Térmica, que no tiene nada que ver con el trillado Naturismo, a cuya sombra
tantas inexactitudes prosperan. Mi Régimen de Salud, explicado en este texto,
constituye un artificio hoy necesario para combatir el artificio de la vida
contemporánea. Mi sistema tiene por objeto afiebrar diariamente la piel que
progresivamente se enfría con la ropa y abrigos que enfundan nuestro cuerpo.
También se dirige a refrescar las entrañas afiebradas cada día por los
prolongados esfuerzos digestivos que realizan el estómago y los intestinos para
procesar alimentos inadecuados e indigestos.
Dejando de lado personalismos en
este libro se enseña una ciencia personal, fruto de la observación y una larga
experiencia. A sanos y enfermos les ofrezco esta obra para que disfruten del
goce de vivir.
Autor: Manuel Lezaeta Acharan
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